lunes, 15 de diciembre de 2008

"Hoy como ayer"



A principios del curso del 86 aún no tenía 17 años y se llamaba Teté. No sé si era su madurez o la ausencia de chicos en un instituto femenino pero quiso la suerte que se enamorara de un profesor.


“El de filosofía”, pasó a ser Javier en su boca y no paraba ni un momento de hablar de él. En clase se quedaba ensimismada escuchando su voz,no porque Platón y Aristóteles con sus nociones de la verdad le descubrieran nada,era sólo una especie de trance,de abstracción total. Pasaban los días y Teté más pesadamente enamorada y las clases de filosofía más plomizas en sentido literal.
Un día de pronto sucedió algo que me hizo pensar que aquel amor era correspondido,en plena clase sobre Ortega y Gasset,con la perspectiva como tema de debate,se desató entre ambos un diálogo que los enaltecía mutuamente. Sus miradas ceremoniales y atención mutua excluían a todas las demás,eran dos seres que no veían el resto de mundo. Terminó siendo la clase más práctica que tuve en toda mi vida,la razón vital opuesta a la razón pura,ellos eran ellos y sus circunstancias.
Teté no cabía en el pupitre, al acabar la clase y como la digna adolescente que era exclamó:me quiere!!!.
La verdad es que se armó un revuelo de lo más curioso,la tutora de turno se vio inmersa en un mar de rumores y como buena protectora del bien común se lo comentó a los padres de Teté. Veinte años de diferencia de edad eran algo así como el templo del morbo para ellos,ya podía ser una la niña tonta y enamoradiza pero el otro era el diablo en persona. Veinte años hace veinte años eran mucho más que dos décadas. Una a una sus amigas fuimos llamadas por el jefe de estudios para averiguar lo que supiésemos. Una a una como amigas leales y fieles discípulas del profesor contestábamos: -sólo sé que nos sé nada-. En realidad no había pasado otra cosa que aquello,que era nada y todo a la vez.
Nunca “todo” y “nada” tuvieron tanto que ver. Nunca “todo” fue tan indefinido y “nada” tan imposible de definir.
Teté con sus tíos a Zaragoza y Javier pasando desapercibido después de la frustrada cacería. Para ella fue algo a sí como su primer amor y para él su derrota.....


Los años fueron pasando,Teté volvió casada aunque sin aquella mirada ensimismada que yo le había visto tantas veces. Perdimos el contacto hasta hace poco en que me la encontré en una cafetería al salir del baño,dos besos y risas y otra vez aquellos ojos de trance total. Me puso al día en poco menos de cinco minutos,un resumen breve del tiempo perdido en el que se había divorciado y retomado otra relación.
Me miró burlona y alzando la vista señaló a la mesa del fondo; enmarcado por un mural mágico del gran Lugrís estaba Javier, que a pesar del tiempo y las canas seguía siendo “el de filosofía”.
En aquel momento comprendí que ahora sí que veinte años no son nada.