En la sala del tanatorio, la sobrina muy digna recibía los pésames y los besos poniendo cara de ocasión. Era muy fácil ver que lo que sentía no era la pena que conllevaba la muerte de su tía, más bien la alegría disimulada de la suculenta herencia.
La última vez que se vieron fue un fin de semana de esos que las chicas de ciudad deciden venir a la aldea, el turismo rural en casa de la tía daba mucho caché en la oficina. No fue un encuentro muy agradable, la sobrina no paraba de quejarse, ni de preguntar porque Rosa vivía con ella. Maruja nunca había dado explicaciones y ahora tampoco.
Dos años pasaron desde aquel recibimiento con cocido y filloas, veinticuatro meses sin más contacto que alguna llamada telefónica.
Cuando el sábado Maruja se puso enferma y acompañada por sus vecinos acudió al hospital, nada parecía lo que fue. El médico les dijo que su situación era crítica, una insuficiencia respiratoria con ochenta años era cosa seria.Mientras Carmen le hacía compañía, Rosa fue a su casa con intención de localizar el teléfono de la sobrina. Abrió el taquillón de la entrada y sacó el listín, en la S de Susana no estaba, en la M de Madrid tampoco. Fue pasando de una en una las pestañas de las letras y no lo encontró, o bien lo tenía en la memoria o lo había perdido. Recordó que el hijo de otra vecina era su abogado y ni corta ni perezosa acudió a verlo.Le contó todo lo que pasaba a Antón y este lo que pudo a Rosa, él llamaría a la sobrina pero sólo si sucedía lo peor, era el encargo que tenía de Maruja.
Lo peor sucedió y a las tres de la mañana Maruja dejó de ser, Antón tomó las riendas de la situación, llamó a la sobrina y dispuso el entierro. Ya eran las tres de la tarde cuando llegó e interpretando su guión se sentó en primera línea .A decir verdad pocos la conocían, y los besos que recibía, acompañados de pena, eran más sinceros que su expresión. La tarde transcurrió con normalidad, sólo en el momento en el que Antón entró hubo un cambio en la escena, se sentó al lado de Susana para presentarse y citarla en la notaria para el día siguiente.
El entierro, como el de toda persona justa y querida, fue concurrido y triste, mecánico y sentido.
Susana acudió nerviosa a la cita que tenía con Antón, la mañana fue tensa con Rosa ya que le dijo que pensaba vender la casa y tendría que irse. Sentada en frente de Antón no se imaginaba nada de lo que iba a saber. Antón leyó el testamento en el que se especificaba que la casa era para Rosa y el usufructo de otra de alquiler también.Susana,más cabreada que otra cosa,gritaba que era ella la heredera directa,que su tía no tenía descendientes y que iba a impugnar el testamento.
Antón la dejó y sin prisa le fue explicando que su tía y Rosa eran pareja de hecho,que llevaban conviviendo treinta años,eran amigas,dormían juntas,discutían,se cuidaban y que los vacíos legales estaban llenos.
Maruja había acudido a él para que la justicia humana hiciese lo que no había hecho por ella “la justicia divina”:poner a cada uno en su sitio............