jueves, 15 de enero de 2009

La memoria del tacto.




La memoria se puede activar a través de distintos mecanismos,diferentes sentidos y para María uno de los más sorprendentes es el tacto.
En el preciso instante en el que la mano de Maruja acarició las suyas,un clic se encendió en su cerebro para situarla al segundo en su niñez. María reconocía su cara,sus vivos ojos azules e incluso sus finos labios sonrientes,pero no reconocía sus manos.
Habían pasado muchos años desde que aquellas manos fuertes y las suyas infantiles colocaban cebollas en cajas,desgranaban maíz o quitaban los ojos a las patatas para plantar.


-Os birlos nesta caixa,e os carozos na cesta.
-As cebolas greladas para nós e as bonitas para o tratante.
-Debulla ben que aí van grans.


Los veranos en aquella casa eran de cine,por la mañana Maruja estaba ocupada en sus tareas y María se las pasaba a sus anchas,descalza por el prado de enfrente a la casa se encharcaba los pies y cazaba ranas y lagartijas que acababan siendo sus prisioneras del verano .En el gallinero se lo pasaba “pipa”, confiaban en ella para recoger los huevos,darles el maíz y la verdura que antes había recogido en la huerta .Lo que no sabían era que esa tarea le llevaba más de la cuenta porque se entretenía asustándolas,aún recordaba cuando Maruja estaba preocupada porque eran las fiestas del patrón y los huevos escaseaban. Las tardes eran lo mejor,si había que ir al monte las acompañaba Pepe,ellas dos sentadas en el carro y el “Rubio”tirando;al llegar ,entre los pinos y los eucaliptos sentadita en su arpillera de saco María merendaba y ellos llenaban el carro de tojos y maleza para los animales.


-Estrume,isto é para as cortes,María.


En el camino de vuelta la fiesta estaba servida,cuesta abajo y el carro hasta los topes,el caballo se dejaba llevar por la inercia y pasaba del trote al galope ligero. Pepe le gritaba a Rubio y Maruja se contagiaba de las risas de María.


-Xo,mala besta,a modo,que botas todo fóra,desgraciado!!!!


Si no había que ir al monte subíamos al desván,allí entre cebollas colocadas en hilera y los ajos colgados para trenzar María contaba cuentos de miedo y Maruja fingía pasarlo mal. Cuando bajábamos para cenar lo primero que hacía era ir al lavadero de fuera de la casa y con un cepillo que a María le parecía atrezo de uno de sus cuentos se frotaba las manos. Un chorro marrón intentaba pasar desapercibido por la piedra del pilón pero no lo conseguía. Toda la tierra del día se iba pero quedaba la de otros tantos días,tierra que se había depositado en su piel formando parte de sus huellas. Con las manos secas y la sonrisa puesta las dos entraban en la cocina,ponían la mesa,hacían la cena....
Manos ásperas al tacto,esbeltas,huesudas y duras pero llenas de vida. Manos que María no reconoció en las que tiene ahora Maruja jubilada de su vida laboral veinticinco años después.